Ya es tradición andar el camino desde el restaurante hasta el encuentro. Ese paseo es quietud, se van yendo los fantasmas, se quiebra el miedo. Han pasado dos años desde mi última Feria del Libro de Madrid. Comemos de nuevo en Alabaster, la casa de Óscar Marcos en Montalbán, dicen que lloverá. Es la hora de la sobremesa pero tan solo chispea, me dicen —el restaurante tiene el corazón gallego— que en Galicia tienen decenas de formas de nombrar a la lluvia, esto que cae del cielo tan solo es froallo. Según la Real Academia Galega es “una lluvia muy pequeña”. Es que la lluvia también puede ser pequeña. Me ciño alto el cortavientos, es verdad lo que dicen, más vale mayo frío. Salgo por Alfonso XII hasta la Puerta de España del Parque de Retiro. Ya dentro de los jardines tomo el paseo de Argentina, las estatuas son presencia, las casetas un run run de libreros y libreras colocando, con mimo, cada uno de sus tesoros. Cada libro lo es. Creo, de corazón, que existen pocas cosas tan bellas como una feria en torno a este amor por los libros.
El encuentro será a media tarde en la Biblioteca Eugenio Trías, construida sobre uno de los pabellones de la antigua Casa de Fieras. Entre sus pasillos habita el silencio, lectores (lectoras, más bien) al abrigo de la lluvia que ahora es ballón, porque una biblioteca siempre —siempre— es refugio. Subrayo en mi libreta un párrafo de Trías “en esta vida hay que morir varias veces para después renacer. Y las crisis, aunque atemorizan, nos sirven para cancelar una época e inaugurar otra”. A lo largo de la charla hablamos de la pérdida, del hálito de escribir, de la fragua que es Madrid, de cómo narices se puede pelear (¿se puede?) contra la prisa del mundo. Después llega la hora de las firmas, un momento minúsculo para tantas cosas que decir, es raro compartir un ratito con quien intuyes vínculo pero ni siquiera conoces. Hablo con Leo, tiene veintiséis años, está perdidísimo pero me dice bajito: “sé que saldrá el sol”. También con Sonia, tiene la edad de mi mamá, su vida comienza de nuevo estos días. No sé qué decirle. Su mano es ternura. Marta comienza a ver los primeros destellos de luz tras una ruptura que ha sido noche cruda. Sé que cada historia (esa que vamos escribiendo a tientas a lo largo de nuestras vidas) es un bosque con cientos de sendas que se bifurcan, cerros altos, palabras por decir. Sé que todo esto será ceniza y que no siempre reinará la alegría. Eso es imposible. Cesa la lluvia, cae la tarde, cierra la biblioteca, cierran las casetas. Decidimos seguir charlando bajo el cobijo de una sófora, al ladito del camino. Un mismo anhelo sobrevuela la tarde que ya es casi noche —la búsqueda de la calma, mirar el mundo ya sin miedo, volver a ser. “Morir varias veces para después renacer”. De dentro pa fuera. Caer y levantarse. Andar pese a todo.
Muy bonita la de hoy :)
Inevitable no acordarse del poema de Antonio Machado, hacía años que no lo leía, cuanta verdad.
“Caminante, son tus huellas
el camino y nada más;
Caminante, no hay camino,
se hace camino al andar.
Al andar se hace el camino,
y al volver la vista atrás
se ve la senda que nunca
se ha de volver a pisar.
Caminante no hay camino
sino estelas en la mar.”
¡Feliz fin de semana!
Leerte también es el camino. Literatura y vida. Caerse para resucitar de nuevo. Caminos que se bifurcan. Y siempre la luz.