“Creo, en definitiva, que la única luz que se encontrará en estas páginas será la que les preste el lector”, es la última frase del prólogo (casi siempre me sobran los prólogos, menos cuando los escribe el propio autor: casi siempre disculpándose por lo que vas a leer) de La novela luminosa de Mario Levero. Me está gustando, por cierto, muchísimo. Esta semana caí en que ya son setenta y siete (¡setenta y siete!) las cartas un poco íntimas que llegan a vuestro correo cada sábado por la mañana, siempre os imagino preparando el café, el pelo un poco enmarañado; sábanas arrugadas, poquito que hacer, silencio atronador en casa —sé que muchas veces será todo lo contrario, pero me gusta imaginar cómo será ese momento.
Sé (porque me lo hacéis llegar: y cómo agradezco de corazón cada mensaje) que algunas cartas son importantes para vosotros y otras no tanto, que a veces estáis y a veces no, que intuís el dolor tras este desangrarse lentito, que hay un vínculo no escrito (yo lo sé, y punto) entre quien lee y quien escribe cuando quien manda es el corazón. Supongo que pensáis que la responsabilidad de todo lo bonito de este viaje es mía pero qué va —ahi tiene razon Mario, la única luz que encontráis en estas cartas es la vuestra. Es vuestro entusiasmo quien eleva cada palabra, son vuestras cicatrices las que padecen, la belleza existe porque alguien la mira.
Hoy vengo con una confesión: quiero (necesito) sentarme a escribir una novela, apenas la he empezado e intuyo lo que vendrá —entrañas, pena muy honda, escarbar hasta que duela, ser muy de verdad. Los porqués tras la candela, las razones tras esta ansia de vida. Quiero llegar más profundo, pulir cada palabra, tensar las cuerdas, que cruja la madera; pero para eso necesito foco y estas cartas son tantas veces un yunque, me dejan KO. Así que he pensado lo siguiente: dejarlas en pausa durante un tiempo (desde abril hasta la vuelta del verano) para centrarme en escribir esa otra pieza más larga que estoy deseando leáis.
Lo he pensado mucho y hablado hasta la extenuación con Laura o Alberto; ambos opinan, además, que estaréis al pie del cañón al final de esta travesía, que seguiréis a mi verita, que estamos juntos en esto. Yo les digo que exageran, que lo normal es olvidar, hacer camino, pasar a otra cosa. Pero, ¿y si tienen razón? Recuerdo un verso maravilloso de Iribarren “No sucede nada, no temas / Sólo es el tiempo”, ojalá sea piedra ese pensamiento.
Mandaré las dos cartas (las que quedan de marzo) puntual como un reloj mecánico y después a encerrarme en el folio en blanco; quizá os haga llegar algún texto este verano, una correspondencia furtiva disfrazada de “Ey, sigo aquí”. Claves continuará cada domingo, porque el formato es diferente y me permite respirar, puede cohabitar con la inmersión. Como siempre podéis escribirme y como siempre intentaré ayudaros como buenamente pueda. Pero ahora es momento de sembrar. Ahora veo la montaña que viene como una cima inalcanzable, pero supongo es lo que toca. También toca respirar hondo y ponerse a andar. Si tan solo es tiempo.
A tu vera, siempre !!!!!! Graciassss de corazón por estos sábados, por tus cartas que siempre me reconfortan y por tu generosidad dándonos tu tiempooooo. Deseando leer tu novela Jesús
No es "tan solo tiempo", como para el pez no es "tan solo agua" (salvo para los tiburones, que nadan porque no les queda otro remedio).
Disfruta muchísimo de la zambullida. Seguimos en Claves :-)