Nuestro amor por las Highlands está anclado en dos cimientos sólidos como el adamantium. El primero (y quizá más importante) es la pura sinestesia visual —la belleza absoluta de sus bosques, el sonido del agua de sus riachuelos, el color de las estaciones. El segundo es todavía más sencillo: sencillamente estar, el tempo de las cosas allí, pasear sin pr…
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