Me gusta pasear por Barcelona, especialmente a esa hora en la que el sol se pone, capvespre. Los últimos rayos de luz dejan atrás la tarde, la noche asoma su presencia, pero todavía no —algunos de los mejores fotógrafos que conozco aman este momento exacto, le llaman la hora dorada, golden hour. Dicen que uno de mis directores favoritos, Terrence Malick, tan solo rueda durante ese cortísimo espacio de tiempo. Los tonos de cada detalle en passatge de la Concepció mutan hacia la calidez, la temperatura del color se templa, nacen tostados, aúreos y anaranjados.
Las calles son un bálsamo, me gusta —me acoge— esta ciudad tranquila, su vivir es una contienda infinita entre el seny y la rauxa. Calma y arrebato. El punto intermedio es una quimera, un espacio inhabitable, el equilibrio es imposible. Comparto un café con Martina, mi editora en Destino. Me asusta lo que viene. Se lo digo. Ella es seny, me dice que lo más duro ya ha pasado; no me siento parte de su mundo, a veces de ninguno, un intruso nada más. La calma (que es estar aquí y ahora, en paz) es como esa hora inconquistable que ya abandona las calles. Continúo mi camino. Le compro un regalo a Laura en La Central de la calle Mallorca, La joven y el mar de Catherine Meurisse, editada por Impedimenta. Una joven francesa viaja hasta Japón con la única intención de “pintar la naturaleza” (¿pero qué naturaleza, la que calma o la que arrebata?). Me recuerda a ella. Yo me llevo bajo el brazo el nuevo poemario de Jaime Siles, Doble fondo, que hojeo mientras paseo, giro por Muntaner, una de las calles habitadas por Carmen Laforet en Nada, allí vive Pons, el compañero universitario de Andrea, “con un jardín tan ciudadano que las flores olían a cera y a cemento”.
Ya casi no hay luz, busco el amparo de neones, farolas, vidrieras. Me gusta Sant Antoni. En un rato veré a un amigo, Jordi Vilà, cocina en Alkimia. Sigo con los versos de Siles, espero en un banco frente a su restaurante en la Fàbrica Moritz, “El yo es lo que queda / de la tempestad / de ser uno mismo / y no serlo ya”. No soy el que fui antes de la tormenta, es imposible, pero tampoco el que seré. En el calendario nipón, sekki, al que ahora vuelvo cada día, mañana comenzará Tsuchi no shō uruoi okoru, La lluvia humedece el terreno. Ya florecen las primeros mimosas, la flor más temprana, a la que llaman el sol de invierno. El almendro sigue dormido bajo el frío, más no tardará en despertar de su sueño. Solo podemos habitar cada instante. Buscar con ahínco el abrigo de quien fuimos. Caminar sin prisa bajo el cobijo de este ahora.
Gracias
Este texto es como una melodía, como mirar un arroyo de aguas cristalinas. Jajaja Queda muy tonto así escrito pero me ha transmitido calma en el desconcierto... Como esas letras que te atrapan y te mecen.
Yo no soy yo. Soy este que va a mi lado sin yo verlo, que, a veces, voy a ver, y que, a veces olvido. El que calla, sereno, cuando hablo, el que perdona, dulce, cuando odio, el que pasea por donde no estoy, el que quedará en pie cuando yo muera.
Juan Ramón Jimènez 🌿