Cuando la busqué no encontré mi bolsa de viaje. ¿Dónde estará? No importa, usaré la mochila del gimnasio, mañana será el encuentro en el Mercer Palacio Castelar de Sevilla, de un tiempo a esta parte me sienta bien hacer la maleta un ratito antes de cenar. Tardo unos veinte minutos: nada más que un jersey de lana beige, pantalón gris, la muda, algún pantalón de deporte para dormir, neceser, libro, iPad, un gorro para el frío, los cables (en un bolso de mano de Zubi), las gafas de sol. Le digo entonces a Laura: “Creo que cuanto más viajas, más ligera es la maleta, es una correlación matemática”. Sonríe.
“Creo que con la vida pasa igual” —añade. Tiene razón. En Sevilla llueve, hoy es el día de Ostara, la diosa de la primavera, el equinoccio de las flores, despierta la tierra dormida tras el invierno. Como en soledad frente a la barra de Kinu, un restaurante japonés en el casco antiguo, una calle preciosa (un poco escondida) llamada Miguel Maraña. No puedo dejar de pensar en el axioma: cuanto más vives, más ligera es la maleta. Se cruza en mi pantalla un texto de Leonard y Hungry Paul del escritor irlandés Rónán Hession, lo comparte Noe Olbés: “Lo que he aprendido es que todas las personas que hay en tu vida tienen un número invisible escrito en la frente que representa el número de veces que vas a volver a verlas. Puede que sea una o ninguna, o igual son mil, pero siempre hay un número. No tenemos una cantidad de tiempo ilimitada para estar con los demás. No lo digo en plan macabro. Es una lección para que apreciemos a la gente mientras podamos”. Camino a través de calles empedradas hasta el Palacio, en el barrio del arenal, son las seis, llueve muchísimo, un par de manzanillas con Antonio antes del baile, abraza bonito, siento el caliu en esta tierra preñada de jazmín, no existe una ciudad como Sevilla. El encuentro es cómodo, al compás, no nos guardamos nada.
Me conmueve especialmente la conversación con una lectora, viene de lejos, su papá está muy malito, metástasis. Ha venido a despedirse, hablamos de éstos (sus últimos) días con él, es imposible saber qué decir, tengo un nudo en la garganta. Y sin embargo está tranquila, parece tranquila, antes de irse me dice que cree que mañana, al alba, le llevará unos churros, se recostará de nuevo en el sofá junto él: su papá, creo que es eso, nada más que eso. Ahí (en esos churros, en ese ratito con él) está todo el universo, una constelación de jirones de memoria, momentos bonitos, también de los otros. “Que le den a todo lo demás, quédate aquí, a su ladito” —es lo que único que acierto a decirle. Asiente. Sabe qué es lo importante. Yo no supe hacerlo, han pasado treinta años, todavía siento la culpa aquí agarrada en el pecho. No supe hacerlo, papá. Sé que me perdonarías por no estar a tu lado. Yo no he sabido hacerlo.
Cuanto más vives, más ligera es la maleta. Es verdad, madurar es (también) elegir tus batallas, no desgastarte porque sí, saber que tu energía (y tus ganas: casi más importantes son tus ganas) tienen un límite, hay un contador invisible pero no queremos mirar: ¿Qué estás haciendo con el tiempo que te queda? ¿Qué piensas hacer? Compra buen pan (de alguna panadería artesana), no tires el dinero en poliéster, invierte en proyectos con corazón, no pierdas un segundo más con gente tóxica, no merece la pena. Dile lo que sientes, escucha el canto de la alondra, abre las ventanas, baila porque sí, no tengas prisa porque no la hay. Es difícil de explicar, pero tiene razón Ostara: en el fondo sabes la respuesta. Ya conoces el camino. Se trata de andarlo.
Una exposición imprescindible y una sorpresa. Seré claro: Proust y las artes, en el Museo Nacional Thyssen-Bornemisza (del 4 de marzo al 8 de junio) es una delicia: Manet, Pissarro, Renoir, Monet, Boudin o Dufy. Los ambientes artísticos, monumentales y paisajísticos que rodearon a Proust y que recrea en sus libros, así como los artistas contemporáneos o del pasado que le sirvieron de estímulo. Su vida entre los Campos Elíseos, el Bois de Boulogne y los palacios de la aristocracia del Faubourg Saint-Germain, o las playas y costas del norte de Francia. Literatura, arte y vida.
Y ahora la sorpresa —que ya os adelanté: Tan solo para veinte invitados, el viernes 9 de mayo a las 19:15 horas, gracias al programa priceless de Mastercard, una visita guiada (a puerta cerrada) de la exposición, acabaremos con unos vinos y unas tapas en una zona privada del museo, un picoteo bonito, hablar de las cosas importantes. La visita incluye un ejemplar firmado de Vivir sin miedo. Aquí tenéis todos los detalles. Un sueño. ¿Cómo reservar? Lo compartiré con la gente de Claves el domingo 6 de abril.
Jesús, conviviste con él, diste muchísimos paseos los domingos con él, estuviste a su ladito 🥹
Que luego con la adolescencia ya fueron desapareciendo…eso es lo más normal del mundo y (yo que soy madre te digo) lo entendió perfectamente porque forma parte del desapego necesario para crecer, madurar y evolucionar como personas.
Un abrazo muy fuerte a tu lectora ❤️
Que bonito leerte. (Hoy, desde la cama aún)
La vida nos va enseñando.
Ya sabes que mi mamá se fue hace tres semanas. Si esto hubiera ocurrido hace años, estoy segura que no hubiese estado a su lado como si lo he hecho. La edad y las circunstancias son cruciales.
Fíjate. Mi marido perdió a su madre joven. (Él treinta y su mamá cincuenta y cuatro)… pues estos días me confesó que le había dolido mucho más perder a la mía, que a la suya. Él mismo argumentó (con mucha razón), que a mi madre la ha vivido muchos más años que a la suya y con otra madurez. Nunca se me hubiese pasado por la cabeza.
Tu papá sigue contigo. Al menos yo lo siento así. Que siguen cerca.
Voy a cambiar de tema que ya toca.
En unas cincuenta horas, estaremos desayunando juntos. Qué maravilla de vida esta. Jajajaja. Deseando que llegue.
Buen sábado a todos.