Serendipias, sincronicidades, azar objetivo. Llueve tras el cristal pero paseamos igualmente, las hojas de los robles y los fresnos en el bosque de Loch Ard ya se han teñido de ocres y burdeos. Me calma el sonido de las Timberlands sobre la hojarasca, sienta bien el frío. Me salta un recuerdo del móvil, una fotografía, es Alberto en el aeropuerto de Foz, Iguazú. Fue hace (casi) ya dos años. Otro bosque, a exactamente 10,800 km de aquí, la selva de Misiones. Los mismos sonidos, pero las hojas son verdes, se escuchan tucanes.
Paseamos entre lapachos y cedros a través de la selva de Misiones, Alberto se quedó en el hotel, camino junto a Espi, aprendí a quererle aquellos días. No puedo evitar escuchar algo, “es mejor ser feliz que tener razón”. Seguimos caminando, aprendo que el río Iguazú desemboca en el río Paraná, que es la triple frontera entre Brasil, Paraguay y Argentina. De ahí hasta Río de la Plata antes de desembocar en el Atlántico. Un estuario. Tomé algunas notas entonces, “El momento en el que las aguas del río y del mar se hacen una, ¿en qué momento el río deja de ser río y es mar? Agua dulce y agua salada”. Siempre he pensado que estar enamorado (de verdad) es también un estuario, ese espacio de nadie. Cuando el agua es río pero también es mar. Dos vidas que dejan de ser lo que pensaban que eran —agua dulce y agua salada— para ser otra cosa. Busco la definición exacta, subrayo una frase entre un aluvión de tecnicismos geológicos: aguas quebradas que fluyen hacia el océano. Quebradas.
El olor de la chimenea (ahumados, turba y especias) me trae hasta este presente, hasta este salón de madera blanca, tras el cristal observo el lago Fyne. Al otro lado los restos de un castillo en ruinas, Old Castle Lachlan. Sigue lloviendo. Laura ilustra en la habitación, la maleta sigue abierta sobre el suelo; pienso en mi vida sin ella, me siento menos yo. Me diluyo. Durante mucho tiempo —todavía lo pienso a veces— pensé que alejarte de los demás te acerca a ti mismo. Que el amor (como el tiempo) es una jarra de agua fresca, elige bien (por lo tanto) de quien saciarás la sed. Me equivoqué. El amor es la fuente, no el vaso. Leo estos días un texto de la escritora Najat El Hachmi, orbita en torno a Cuanta más gente se muere, más ganas de vivir tengo, el libro de Maruja Torres: “Me dijo hace poco un psiquiatra de confianza que el amor propio no se robustece frente al espejo, sino amando: a otros, a las cosas, al mundo, a la vida”. Cuando quieres te quieres. Quizá sea la única manera de no quebrarte: abrir las ventanas, amar sin cautela, no guardarte (nunca) nada.
Escribes siempre muy bonito. “Cuando quieres te quieres”, es my cierto y me ha recordado a una frases que me encanta desde siempre, “Ama y ensancha el alma”. Es de Robe Iniesta, que a menudo es muy poeta en sus letras.
Cuando das sin esperar nada a cambio recibes un nuevo mundo llamado Tú. Gracias Jesús por estas cartas de nuevo. Cuanta belleza dentro de la sencillez de una lineas .