José Carlos Morenilla es un periodista de letras, tiene setenta y cinco años, nació en primavera, lo sé porque me confesó estos días que mis textos le recordaban, de alguna manera, a un libro que leyó hace cuarenta y ocho años: Gog de Giovanni Papini. He hablado con Carlos un par de veces, siempre con la excusa de la presentación de un nuevo libro, esta vez se trata de Vivir sin miedo, siempre me cita en un hotel en el centro. Cuando llego está sentado en una de las mesas del fondo, observo la escena: sobre el mármol una libreta (gastadísima, a años luz de ser cool o quizá todo lo contrario: es cool precisamente por eso) con notas subrayadas, la novela en torno a la que hablaremos, una pequeña grabadora que enciende con delicadeza antes de comenzar la charla. Nunca se lo he dicho pero me produce una infinita ternura. Se nota (esas cosas se notan) que se ha preparado mucho esta entrevista, lo he husmeado después: sé que gustan las flores, estudió literatura y latín, sigue escribiendo a mano. Es imposible no preguntármelo, ¿cómo sería pasar un rato con mi padre? Nunca lo sabré, por eso (y por tantas cosas que me han sucedido después) sé que cada día es un milagro, por eso ya no podré nunca jamás dar nada por sentado. A lo mejor ese es tu regalo, papá: no dar nunca por sentado. Que sepas que lo estoy aprovechando.
La charla con Carlos es cómoda, me expresa su opinión, yo le escucho, también pregunta. Me sorprende una de ellas, quizá es porque me pilla con el pie cambiado: “¿Hacia dónde se dirigen estas cartas?” —como me ve cavilando añade un prólogo: “Tengo la sensación de que, desde que las comenzaste, estas cartas son un camino perfectamente asfaltado, pero: ¿hasta dónde nos quieres llevar? ¿Hay un destino final?”. Le contesto con sinceridad: “Sí, claro que terminarán, todo viaje tiene un final, ¿no?”. Espera más detalles, pero no los tengo, así se lo expreso: “Sé que un sábado me levantaré y sabré (porque lo sabré) que ya está: la travesía ha terminado, punto final, qué bonito ha sido; y recogeré los bártulos y daré las gracias y me largaré sin hacer mucho ruido”. Vuelvo a casa, atardece a lo largo del trayecto, ya florece el naranjo en la Gran Vía del Marqués del Turia, el olor del azahar afila la memoria, ¿hacia dónde estoy yendo? No conozco (todavía) la última estación de este viaje, pero sí intuyo qué vientos nos arrullan, observo el sextante sobre la mesa ajada de madera, a la vera de la taza de café, es momento de izar las velas. Que continúe el viaje. Allá vamos.
Este es el secreto: eres ahora lo que serás.
¿Qué hacer cuando la vida se estanca? Nadar en el estanque.
“Da igual lo que hayas andado hoy o en toda tu vida. No importa lo que hayas leído, dormido, escrito, reído, follado, bebido, querido. Al día siguiente todo vuelve a empezar, el marcador está a cero”, es de Xacobe Pato, un cachito de su libro Seré feliz mañana, editado por Espasa.
Una cosa preciosa que dice (mientras baila) Leland Palmer, el padre de Laura Palmer, en el segundo capítulo de Twin Peaks: “Haz de tu sonrisa un paraguas y deja que llueva”.
El miedo a estar solo es lo que te hace estar solo.
“Hablo en serio, ¿la vida de qué cojones va? ¿Qué es lo importante?” Echar ratitos buenos, querer y que te quieran: no hay más.
Esta es la pregunta que debes hacerte ante el folio en blanco: ¿Qué quieres contar?
Ante la duda, escucha.
Si no se lo dices es imposible que lo sepa.
Eduardo Halfón en Tarántula: “Pese a las arrugas y cicatrices y cirugías, la cara del niño que fuimos queda para siempre bajo la máscara del adulto que somos”.
Esto es dificilísimo de entender pero cuando lo haces el mundo cambia: no puedes hacer absolutamente nada con las expectativas de los demás. Son suyas.
Así comienza el mejor libro escrito por Gabriel García Márquez: “El Coronel destapó el tarro del café y comprobó que no había más de una cucharadita”.
Y así termina Limónov, no lo supero, es una catedral: “Eduard prosigue diciendo que donde mejor se siente en el mundo es en Asia central. En ciudades como Samarcanda o Barnaúl. Ciudades achicharradas por el sol, polvorientas, lentas, violentas. Allá, a la sombra de las mezquitas, bajo los altos muros almenados, hay mendigos. Racimos enteros de mendigos. Son viejos macilentos, curtidos, desdentados, a menudo sin ojos. Llevan una túnica y un turbante ennegrecidos por la mugre, tienen delante un retal de terciopelo sobre el cual esperan que les echen una monedita, y cuando se la echas no te dan las gracias. No se sabe qué vida han vivido, se sabe que acabarán en la fosa común. Ya no tienen edad, no tienen bienes, en el supuesto de que alguna vez los hayan tenido, apenas les queda todavía un nombre. Han soltado todas las amarras. Son andrajos. Son reyes”.
No culpes al mundo de tus mierdas, en realidad no eres tan importante.
“Si no te sale ardiendo de dentro, a pesar de todo, no lo hagas”, Bukowski era un pieza pero ahí sigue teniendo más razón que un Santo.
Ayer, en la presentación de Vivir sin miedo en el Thyssen, una lectora me confesó que seguía inmersa en un proceso depresivo, era el primer acto al que acudía en mucho, mucho tiempo. Le temblaban las manos, un abrigo rojo precioso, no pudo evitar llorar, casi se deshace cuando la abrazo. Fuiste —eres— muy valiente. Saldrá el sol. Siempre lo hace.
“El que sabe dónde va, va despacio”. Pertenece a la poesía La gente corre tanto de Gloria Fuertes, se la leo a Raquel Bada.
A uno lo definen los amigos con los que queda a tomar café: elige bien a quien cuidar, elige bien a quién te cuida.
Querer a alguien es también (o quizá especialmente) darle su espacio.
Creo que lo dijo Simone Weil: “no hay arma más eficaz que la atención”.
No se puede vivir sin miedo, has de convivir con él.
Una última lección, quizá la más importante: no des nunca nada por sentado.
Gracias, papá.
Solo me queda daros las gracias. Gracias por el cariño con que habéis recibido Vivir sin miedo. Gracias por el calorcito, por hacerme sentir cuidado, por la sensibilidad. No sé si merezco tanto afecto, pero desde luego llega. Nos vemos este jueves en el Festival de Málaga y la semana siguiente en Barcelona. Iré compartiendo por aquí las siguientes fechas y (solo para los suscriptores de Claves) ese sueño hecho realidad: una visita guiada (a puerta cerrada) de la exposición Proust y las artes en el Thyssen. Yo seré vuestro guía. Charlaremos de Proust, de su vida en París, de nuestras movidas y tomaremos unos vinos en una sala preciosa del museo. Un sueño.
Despertarse, y leer tu carta es como quedar con un amigo que te escucha bien, "lee tus pensamientos" y sin miedo alguno comparte y te pone negro sobre blanco que casi todos tenemos los mismos miedos, dudas, búsquedas. Que pensar/te es no dejar que la corriente te lleve sin más. Por lo menos saber cuando quieres viajar con ella y cuando no.
Tus reflexiones hacen mucho bien y espero que continúen por mucho tiempo. Ayudan a ordenar esos cajones que a veces se dejan, por inercia, sin saberlos cerrar.
Hoy he ordenado un poco algún cajón que no lograba cerrar bien.
Un abrazo💚
A la chica valiente del abrigo rojo: un abrazo fortísimo.
A ti: GRACIAS (una vez más) por tanto.
Feliz sábado a todos 🌹