Nadando junto a delfines sin dueño en las aguas del Mar Rojo, frente a un horizonte de caliza en Egipto, al sur del Sinaí. Un concierto de Paco de Lucía en una noche clara, bajo un firmamento incandescente. Una siesta inesperada bajo un olivo, en el campo, en la casa de mis padres en Ronda. El recuerdo de un sencillo atardecer frente a la serranía de Sigüenza. Son pequeños retales de memorias de otros. Una de las cosas que más he disfrutado (estoy disfrutando) a lo largo de estos meses está siendo ir tomando notas (en charlas, en debates, en casi cualquier encuentro donde intuyo ternura) de cuáles han sido esos cachitos de memoria de absoluta plenitud sensorial. Esos momentos donde la belleza es manantial. Los que recordarás ya para siempre. Esos que te llevarás cosidos a la piel, la memoria, el corazón. Tatuajes emocionales. Comidita para el alma.
“Saliendo de Santa Croce, me latía el corazón, la vida estaba agotada en mí, andaba con miedo a caerme”, a Cañada le gusta volver a este párrafo, obra de Marie-Henri Beyle para su Roma, Nápoles y Florencia, editado por Pre-Textos. Stendhalazos. Esta semana, en la librería Rata Corner de Palma de Mallorca, volvió a suceder. Rata Corner es la casa (una librería con alma siempre lo es) de Miquel y Edy, aquí los libros descansan tranquilos, cobijaditos bajo piedra desnuda, nunca hay prisa en un lugar así, donde la sensibilidad es lumbre. Tras la presentación hablamos un ratito en torno a esos momentos, es fascinante cómo (pese a nuestras infinitas diferencias) en realidad no somos más que cachorros en busca de entusiasmos, náufragos de vuelta a casa. Una lectora compartió uno bellísimo —ella tendría cinco años, estaba junto a su madre en el jardín, plantando unas amapolas, los dedos cubiertos de tierra, el olor a petricor, el tiempo compartido. Le pregunté lo inevitable, “¿Hay amapolas en tu casa?”. “Hasta en el último rincón”. El amor también es herencia.
Uno me emocionó especialmente, fue ya casi al final, ella esperaba paciente, la timidez casi siempre esconde abismos. “Es un momento muy normal” —dijo bajito. “Por favor, quiero saber”. “Pasé un tiempo malita, una etapa especialmente complicada de mi vida, tras unos meses en sombra un día volví a conducir, mi viejo Opel Corsa, recuerdo nítidamente el instante —volver a encender la radio, en ese momento exacto mi vida volvía a ser, yo volvía a ser, la música sonaba de nuevo bajo un sol impaciente, no recuerdo un momento más bello en toda mi vida”. Leo una pieza de la escritoria Sara Torres, en ella menciona a una psiconalista a la que vuelvo de tanto en tanto, Anne Dufourmantelle, habla de la dulzura. “La dulzura llega también después de la separación, la rasgadura de la respiración, después del hambre, después de la angustia, después del grito. Estremecedora, pacificadora, peligrosa, aparece en el borde. Del otro lado, una vez franqueado el umbral. Vacío, pleno, espacio, tiempo, cielo, tierra: ella hace efracción entre los signos, entre la vida y la muerte, entre el origen y el fin”. En aquel huerto de amapolas, frente a la serranía de Ronda, sobre los corales del Océano Índico, en cada uno de los paseos de Laura. Un mismo sentir conecta cada instante. Tiene razón Marco Aurelio, la dulzura es invencible.
“El amor también es herencia”.♥️
Dulzura y belleza que simbiosis más acertada. Ambas palabras encierran un mundo de sentimientos transmitidos. La dulzura en una mirada no la supera el mejor pastel. Gracias de nuevo. Y si, el Mar Rojo y sus criaturas son belleza y dulzura.