El peor momento fue escuchar el latido que semanas después se pararía, en su útero, para no volver a latir jamás. Mentira. El peor momento fue el desmayo de Laura, la sangre, el miedo, la espera; aquel día, aquella noche, todavía no lo he procesado, he de seguir andando, es que cómo se gestiona todo esto. Tiendo a negar el dolor, se me hace bola, hasta la última célula de mi cuerpo (“Solo tengo hueso y carne”) me dice que corra. No mires atrás. Es un mensaje sin matices: ya está, ya pasó, la vida sigue. ¿La vida sigue? Laura me confesó estos días lo sanador que ha sido —que está siendo— para ella expresar, traducir el dolor (su dolor) a través de su obra. Que si lo escribo a lo mejor me sienta bien. Algo me frena, se hace guijarro, no prende la lumbre. Lo hago igualmente, quizá tenga razón.
Laura me dijo que estaba embarazada el sábado 2 de noviembre, por la mañana, lo recordamos los dos porque aquel día me acercó hasta el barrio de San Marcelino, en el maletero nada más que cubos y palas, una mochila con guantes, frutos secos, botellas de agua, bolsas de basura y cinta aislante. A todo lo que sucedió aquellos días se sumó esta ilusión nueva, canto de alondras, el miedo pero también la emoción: ser papás. Una vida nueva en nuestra vida pequeña. Siempre me recuerdan (casi en cada encuentro con lectores y lectoras) aquella carta dirigida a la hija que un día tendría: “No te vendas”. La escribí desde el corazón, no pienso mucho en ella, han pasado diez años. Nunca anhelé ser padre, o eso es lo que me he dicho siempre, siempre sentí que con transitar el entusiasmo era suficiente, querer mucho, mirar bonito, ser de verdad.
Su primer embarazo, primavera de 2021, fue un infierno, también lo fue el desenlace, once semanas después. En esta ocasión (noviembre de 2024) todo era (todo parecía ser) diferente, las semanas pasaron en calma, paseos frente al mar, hicimos planes, una cosa sí que me ilusionaba —aquí sí que siento una punzada de dolor en las entrañas: acercar a nuestra hija “hasta la guarde” antes de ir al curro. Los días se arrebujaban entre la emoción, el cuidado y la ternura. Laura me regaló un termo para el café. Hablábamos de los cambios que serían, una cama en el estudio, llevar libros a la biblioteca, la pregunta inevitable: cómo será la vida que viene.
Escuchamos su latido (por primera y última vez) en la sexta planta del hospital IMED el lunes 25 de noviembre. “Todo está en orden” —nos dijo el doctor calma (le llamábamos así porque hablaba lento). Aprendí entonces que hasta la semana 12 todavía se llama embrión. La vida continuó, llegó el frío, cuando las tardes se acortan, su vientre crecía un poquito cada día, se achicaron los viajes, nunca caló la angustia en casa. Nunca me siento solo si ella está cerca. De fondo, como una sombra ausente, su enfermedad (Von Willebrand, un trastorno sanguíneo que afecta a la coagulación de la sangre) quieta en la orilla, acechando nuestra luz como un Dementor sin prisa: no iba a tardar mucho en llegar su momento. El viernes 20 de diciembre comienza el Via Crucis: tras perder parte del líquido amniótico y entrar de urgencias en ginecología de Quirón nos dicen —ella recostada en el potro (su cara cubierta de lágrimas, mi mano sobre su mano) que no había latido desde la octava semana. El nombre técnico es “aborto retenido”. Nunca olvidaré el olor de esa habitación. Lloramos. Le pautan tratamiento farmacológico, 4 pastillas, Metamizol, es un proceso muy común. Pero nunca (nunca) nada es como esperas.
24 horas después comienza el sangrado, coágulos, restos del futuro que ya no sería. Se suceden las horas, algo no va bien (pese a su medicación), hay demasiada sangre. Se asusta, nos asustamos, en el baño —en una de las muchísimas visitas al baño, cambiar los empapadores, ropa nueva— se desmaya, se me va, intenta hablar pero no puede, su cabeza sobre la pared, se cae, la sujeto, me muero. Creo que son dos minutos (el tiempo que está completamente inconsciente) una eternidad, una parte mía se quedo allí, sigue allí, llamo al Sámur. Se despabila, conseguimos llegar hasta la cama, entran en casa dos enfermeras y un celador, deciden dejarla en casa. Mala idea. Por la noche vuelve a perder las fuerzas, vomita lo poco que ingiere, llegamos de noche, hago una mochila con compresas, pañales, mudas para la noche, sus tapones para los oídos, una botella de agua, un libro —en qué estaba pensando. Es 22 de diciembre, medianoche, Quirón, urgencias está tranquilo, tenemos suerte (tiene suerte) con la ginecóloga de guardia. Se llama Irene. La dejan en el box con un vía, dos bolsas de hierro, llega al hospital con el hematocrito en 24 (antes de todo esto era 42,6) y tras perder más de dos litros de sangre. Blanca como piedra caliza. Rota por dentro y por fuera. Durante un ratito, antes de subir a la habitación donde pasaremos la noche, me tumbo a su lado, quién iba a imaginar esta Navidad, imposible intuir el abismo, es verdad: la vida cambia en un instante. Pero todavía no ha sucedido lo peor. Son las 4 de la madrugada, Laura no soporta el dolor, algo pasa, de nuevo la bajan a urgencias ginecológicas, todo su cuerpo estaba haciendo contracciones para “terminar” el aborto incompleto, pero no podía por culpa de un atasco en el cuello del útero. Le pinchan morfina. “Esto no puede salir solo” —nos dice Irene. De nuevo al potro, pinzas de legrado y espéculo vaginal. Con paciencia saca esos penúltimos restos, el dolor es inmenso, intentan que no mire pero es imposible. Es. Imposible.
Esa mañana nos dijeron que iba a ser niño.
Las semanas siguientes las pasamos en casa. El tiempo se engrosa. También hay momentos de belleza, siempre los hay, nos cuidan bonito. Un halo de tristeza la acompaña siempre. Me parte el alma su dolor. El desasosiego por la parte puramente física, poco a poco, va achicándose. Ahora falta todo lo demás. Especialmente para ella. También para mí. Ahora toca, me dice Laura, pasar el duelo. No el del hijo que perdimos (eso también) sino del padre que ya no seré. A ver cómo se hace eso. Ayer por la tarde me puso una canción de Supersubmarina, Algo que sirva como luz. Llora cuando la escuchamos. Es preciosa. “Tengo que recuperar el alma que ahora mismo está en el aire / Me resulta inalcanzable”. Seré honesto: no sé muy bien cómo vivir ahora, cómo cruzar esta zarza que es el duelo, si volver a terapia, si seguir como siempre. Solo tengo una cosa clara: es contigo. Que tu luz sea mi baliza. Que este amor labre nuestra tierra. Eres tú, amor mío.
Jesús, Laura, os mando un abrazo inmenso. Yo he pasado ese camino 3 veces (uno a las 21 semanas) y por eso sé que el camino ahora parece una montaña muy escarpada. No hay atajos, como dices siempre la tormenta hay que pasarla. Con ayuda. Con amor. No le sueltes la mano, no escuchéis comentarios vacíos de la gente. El duelo perinatal es un tabú que socialmente aún no está aceptado porque lo que no se ve no existe para mucha gente. Pero ella es mamá desde el momento que sabe que está embarazada. Y tu igual. Os abrazo en la distancia y os digo, con toda la sinceridad, que toda esta pena poco a poco se transformará en algo más liviano que formará parte de vosotros. El amor no desaparece nunca. Y cuando ella tenga fuerzas y quiera os recomiendo el libro “Las voces olvidadas”. A mi me ayudo mucho. Un abrazo
Hola Jesús,
Gracias por todas tus cartas, está en especial. He llorado con ella, gracias por visibilizar existencia de los abortos, de las pérdidas… Os envío, a los dos y en especial a Laura toda mi energía. Hace 10 años viví la pérdida de mi hija Martina, con 6 meses de embarazo. Fue hace 10 años cuando me despedí de ella y de la maternidad, y a la vez siento que fue ayer cuando recibí aquella llamada y me dijeron que mi hija tenía fibrosis quística, enfermedad rara de transmisión genética, recuerdo que mi mundo se paró, fue un frenazo en seco, se congeló, pero sólo para mi, y para Joaquín mi pareja. Mientras para los demás seguía como siempre, con una amarga normalidad….en ese preciso instante supe que mi vida había cambiado, para siempre, supe que iba a tener que tomar una decisión que me rompería para siempre… y lo hizo, y me transformó. Y Martina fue mi regalo de vida… mi maestra 😍
Una frase que leí en la biografía de Elisabeth Kluber Ross que seguro conoces me acompaña:
“Alunas flores solo viven unos cuantos dias, todo el mundo las admira y las quiere, como a señales de primavera y esperanza. Después mueren pero ya han hecho lo que necesitaban hacer”.
Yo hice terapia después de todo aquello, me diagnosticaron shock estrés post traumático, debido al proceso de pérdida, no lo dudes.
Además con los años cuando logre intégralo decidí dar voz y visibilizar mi proceso y el de otras personas para ayudar, acompañar, sientes tanta soledad…. Tanto dolor….
Por si os ayuda, te comparto mi podcast, en el episodio 3 cuento mi historia de pérdida de mi hija y la despedida de la maternidad:
https://open.spotify.com/show/6yQ3M7tp4KpilSa6mt9bIP?si=bw--keblR1mu9vD-y5MuOQ
Y mi Instagram:
https://www.instagram.com/sermujer_sinsermadre?igsh=MW5hMjQ2d3ZrYnVoYg%3D%3D&utm_source=q
Abrazo inmenso Alicia