Había perdido, vete tú a saber por qué, el placer de conducir. No importan los porqués, lo que importa es que son las siete de la mañana de “El dia més bonic de l’any”, Sant Jordi, he salido temprano de casa porque me esperan (ojalá) las primeras lectoras a las doce del mediodía en el salón Cugat del hotel El Palace de Barcelona. Todavía no ha amanecido, he cogido el coche de Laura, hace poco me regaló dos cedés para estos viajes, le doy al play, suena Everybody Hurts. Ella siempre me dice que cuando digo (de una canción) que es “muy bonita” en realidad siempre es tristísima, quizá sea verdad eso: me parecen bellas las cosas tristes. Pero no solo. Son las siete y cuarto, miro hacia mi derecha y ahí está, impúdico, trágico, incandescente, vive cada mañana una vida. Es el sol saliendo tras los bloques de escollera, los cubos de hormigón que dan a la playa de Meliana. Es el sol tras la roca y la maleza, pronto dejaré a mi izquierda los cerros de Monte Picayo, me gusta conducir esta carretera, es tranquila a estas horas, pero no consigo quitarme de la cabeza una cosa que hablamos ayer.
Fue durante la cena. Mentira. Fue durante el paseo frente al mar, yo le contaba fascinado algo que había leído en El Mundo, una pieza de Arcadi Espada en torno al psicólogo Daniel Kahneman (Premio Nobel), autor del ensayo Pensar rápido, pensar despacio, lo tengo por ahí en casa con una frase suya, subrayada: “Nada en la vida es tan importante como crees que es mientras lo estás pensando”. Kahneman murió el 27 de marzo del año pasado a los 90 años. Mentira. “Kahneman había muerto por su propia mano, en una clínica suiza especializada en el suicidio asistido”. Lo extraño del caso, lo que no logro sacar de aquí dentro, es que Daniel “estaba bien”. Ninguna enfermedad degenerativa, ni rastro de sufrimiento extremo o un dolor físico insoportable, un ser humano lúcido con plena autonomía, dejó esto escrito a su amigo Jason Zweig: “Sigo activo, disfrutando de muchas cosas en la vida (excepto las noticias diarias), y moriré siendo un hombre feliz. Pero mis riñones están en las últimas, la frecuencia de mis lapsus mentales va en aumento y tengo noventa años. Es hora de partir”. Me recordó, de alguna manera, al planteamiento de la fabulosa novela de Ray Loriga Cualquier verano es un final, Luiz (amigo del protagonista, trasunto de Loriga) decide poner fin a su vida frente al lago Constanza, siempre en Suiza porque es allí donde la legislación permite el suicido asistido. Luiz no está deprimido, habla desde la serenidad, tiende cincuenta y ocho años. “Bueno, trataré de explicarlo. Aunque en realidad es muy sencillo. Simplemente he perdido el interés y, lo que es más, cualquier atisbo de entusiasmo. Y quiero, por otro lado y por todos los medios (y esto es importante), evitar vivir ningún drama”.
—Es que, llegado el momento, no me parece mala idea —le comento a Laura mientras volvemos a casa. Viste pantalón corto de lino color crema, un suéter blanco, va descalza sobre la arena—. ¿Me acompañarías esos días?
—Claro.
El Premio Nobel dedicó esas últimas semanas (antes del vuelo a Zúrich) a pasear las calles de París, Les Nymphéas de Claude Monet, se sentó frente a un Rothko, mousse de chocolate y suflés, él escribía por las mañanas. Pienso en los míos, en mis últimos días siendo plenamente consciente de que pasado mañana te espera un vuelo de ida a esa clínica frente al lago Constanza. ¿Cómo serían? ¿Qué querría hacer? Es inevitable imaginarlo, cómo no hacerlo, suena ahora en el cedé The Great Beyond, quizá por esto amaba conducir. Creo que serían en casa, Tractor ya no estará con nosotros, no podré abrazarlo, no escucharé su ronroneo. Pero sé que lo recordaré. Lloraré muchísimo. Haré el café, como cada mañana, leeré la prensa un buen rato, sin prisa, subrayaré alguna frase (¿para qué, si ya no volveré a ellas?) como esta de Álex Ayala: “Lloré con la cabeza gacha, el gesto menguante y el pecho húmedo, como si una lluvia muy fina cayera por dentro”. Escribiré una carta a mis amigos, con cariño, sin mucho drama, probablemente ya lo sabrán, ahora que lo pienso creo que sería un buen plan pasar un fin de semana (unos meses antes) con cada uno. Beber whisky, hablar de nuestras tonterías, tiempo frente al fuego. Mi mamá no estará. Mentira. Sí estará porque estará conmigo, en cada pensamiento, cada vez que respiro, cada vez que sonrío. Ese día abrazaré a mi hermana, me dejaré caer en su abrazo un rato largo. Le pediré a Laura comer en casa, veremos una peli como siempre (¿qué película elegiré? Creo que hoy sería Interstellar), beberemos un Blanc de blancs, después unos minutos juntos en la cama, nuestros pies entrelazados, ella tendrá ochenta y un años, será un mujer bellísima porque su otoño será un bosque antiguo, una constelación preñada de ternura y consciencia. Por la tarde leeré un rato, pasaremos como siempre, lo haremos lentito, nos tumbaremos sobre la arena, le pediré quedarme un instante sobre su regazo (a veces lo hago). Le daré las gracias. Le pediré perdón. Has sido mi vida, amor mío. Antes de cenar haremos la maleta, como siempre, ella tendrá un vuelo de vuelta. Yo no. Quedan pocos kilómetros para llegar a Barcelona. Ahora que lo pienso, esas últimas horas se parecen bastante a casi cualquier día tonto. Supongo que eso es un triunfo.
Uff
A mí me cuesta. Reconozco que la muerte es una asignatura pendiente. Hemos aprendido a huir de ella, a darle la espalda, a ignorarla.
El hecho de organizar la partida es también una manera de ganarle la batalla, de controlar su llegada haciendo todo eso que te gusta.
Creo que uno de los dolores más grandes es irte sin la posibilidad de despedirte y sin dar la posibilidad a otros de hacerlo.
De tu carta, que me ha llegado mucho, me quedo con esta frase sobre Laura: 'ella tendrá ochenta y un años, será un mujer bellísima porque su otoño será un bosque antiguo, una constelación preñada de ternura y consciencia'.
Feliz sábado
Un gran tema en el que pensar. Ojalá poder decidir con lucidez y serenidad cuándo y cómo morir.
En mi cuidad se hacen quedadas para hablar de la muerte y, aunque a mucha gente le parece marciano, a mi me hace bien, me enchufa a la vida. Salen temas como el que hablas en esta carta y me parece muy sano poder hablar de ello. Buen sábado Jesús y a todas las personas que hay por aquí ❤️