Me despierta la lluvia a media noche, miro el reloj, son las tres. Intento dormir, pero tras la cortina es incesante el ruido (como una sinfonía matemática) de la tormenta sobre el cristal. Cuando eso sucede —un desvelo— trato de respirar desde el diafragma, muy hondo, siento el aire entrando por las fosas nasales, se hincha el abdomen, noto sobre la piel el tacto de las sábanas (más tarde descubriré que no son de algodón, sino de fibra de abedul) escucho el sonido de mi propia respiración, que se solapa con la lluvia, al rato consigo caer, no en un sueño profundo pero sí tranquilo, descanso algunas horas más, todavía es de noche cuando busco con los pies el suelo, no estamos en casa, no están (sobre la mesilla) mis cosas de siempre.
Salgo al salón, sigo en ese trance entre el sueño y la vigía, a esa transición se le llama estado hipnopómpico. Es cuando tienes un pie allí y otro acá, en la cultura Nahua se conocía a ese pasillo como Nepantla, estar “en medio”. Abro la puerta corrediza que da a la terraza, fuera alborea, se ordenan las piezas de la consciencia, despierta el mundo. Estamos en Como. Desde el balcón (nos alojamos en la quinta y última planta) observo el reflejo de las primeras luces del día sobre el lago, las cumbres cubiertas de niebla sobre los Alpes Italianos, los cerros de La Conca, Zucco di Manavello y Monte Nuvolone. Bajo a desayunar, reina un silencio absoluto en el hall de Tremezzo, hay flores frescas, lirios y rosas rojas, cruzo sin prisa la sala ‘música’, llego hasta la terraza del restaurante La Terrazza de Gualtiero Marchesi, donde servirán a los huéspedes el desayuno en apenas unos minutos.
Mientras espero, con un libro en la mano (Mapa de soledades de Juan Gómez Bárcena) reconozco a Jerónimo, un huésped que también desayuna en cuanto abren. Ayer nos sucedió lo mismo. “Hoy te has adelantado” —sonreímos. Me gustan estos gestos de complicidad entre extraños. El resto de la sala está, por ahora, vacía. No nos sentamos juntos (intuyo que los dos andamos en esa edad en la que aprendes a respetar el espacio ajeno) pero sí en mesas contiguas. Los dos pedimos un espresso, al rato hablamos. Jerónimo nació en Puerto Rico pero vive con su mujer, sus hijos y sus nietos en Miami, años atrás le diagnosticaron un cáncer, linfoma de Hodgkin, seis meses de quimio, desde entonces viajan muchísimo. Le pregunto cómo esta: “Entonces aprendí vivir”. Me viene a la mente una frase de De vidas ajenas (“Tu cáncer no es un adversario: es tú mismo”) pero no lo se digo. Sí le confieso que precisamente ayer conocí (gracias a una lectora llamada Alma) un frase en japonés, Shikata ga nai, que se puede traducir como “no hay más remedio” o “no puede hacerse nada al respecto”. No es lamento, sino aceptación. Me lo escribe tras leer la carta Expuesto: “Ser mecido por el azar. Entender que no existe nada más que lo que existe”.
Nos despedimos, pero no será la última vez que nos veamos, tan solo unas horas después coincidiremos (también en mesas contiguas) en el restaurante del hotel Passalacqua, Viviana Varese. Su viaje continuará hasta San Sebastián, les cuento que en mi país el olor a mar se llama maresía, probablemente nunca nos volvamos a ver. Los días se acortan, Laura se arrulla bajo una manta, el otoño es presencia, mi melancolía se ha vestido de calma. Lo que sucede, conviene.
Me he quedado suspendida en esa Terrazza. Coincidir con desconocidos que pueden ser “conocidos”, personas que nunca se cruzarán en tu camino y pienso ¿ y si se cruzaran de nuevo? pero la vida marca los tiempos siempre. 🫶
Cada día estoy mas convencida que aceptar no nos hace mas débiles, sino mas sabios. Feliz domingo Jesus & Laura. 🩵