Si lo piensas, siempre hay algo nuevo, cada día. El cielo abrumador, un gesto inesperado, el consuelo del extraño. Son exactamente las siete de la mañana, el resto de los pasajeros duermen, el avión despegó hace tan solo unos minutos desde el aeropuerto de Málaga, me ofrecen el asiento de la salida de emergencia, ventana, acepto. El silencio me calma. Entonces lo veo, parece irreal pero es, fotografío lo que veo tras el cristal: un manto infinito de nubes blancas, perfectas en su quietud, allá al fondo está naciendo el mundo, el sol tiñe de gracia este amanecer que nunca ha sucedido. Nada se mueve, el mundo se templa, tan solo asoma el cerro de un montaña, quizá sea el Mulhacén, sobre Sierra Nevada. Parece —de verdad que lo parece— que podría andar sobre este firmamento de olas quietas. Sé que son nubes, sé qué el fenómeno atmosférico culpable del milagro son los estratos, nubes bajas atrapadas bajo una inversión térmica, mientras que la atmósfera sobre ellas permanece despejada, limpísima. Pero yo siento otra cosa. Recuerdo aquello de Partal: “estamos bendecidos”.
Vuelvo a mis cosas, repaso las notas de hace tan solo unas horas, pequeños lienzos de esta ciudad preñada de entusiasmos: callejeo por la calle Molina, cruzo Larios hasta Martín García. Se despereza Málaga al compás del sonido metálico de las persianas, abren las cafeterías, las mesas siguen apiladas, siempre sucede algo nuevo, cada día. El café en vaso en La Malagueña, compro un libro en Mapas y Compañía, Otra vida por vivir de Theodor Kallifatides, más tarde subrayaré una frase importante: “Una palabra puede hacer más daño que el cuchillo más afilado. Decir algo es hacer algo”. Su librera, Cuqui, tras una sonrisa sin sombra, me pregunta qué hago en la ciudad: “pasear”. Miento. Por la tarde será la charla en el Carmen Thyssen, antes un ratito en la exposición Todos somos (un poco) Paul Auster. Comemos frente a la barra de La Cosmo, antes unos quisquillas en el mercado de las Atarazanas, frente a la barra del Yerno. Cuando llego al museo asoma el hocico la ansiedad. Calma.
Es raro hablar con alguien que sabe tanto sobre ti. Y sin embargo disfruto mucho esos pequeños ratitos de intimidad compartida, mi vergüenza se hace chica, cuando percibo la ansiedad en el lector trato de tender mi mano sobre su brazo, hay quien me pregunta: “¿Puedo darte un abrazo?”. Claro que puedes. Una de las charlas me pilla con el pie cambiado: “Es tranquilizador cuando escribes desde la tristeza”. Sonrío. Me recuerda a algo que siempre me dice Laura: “¿Por qué tanta melancolía en tus cartas?” A lo mejor es mi manera de que la pena tenga su espacio, yo qué sé. Siempre he pensando que la tristeza era como un viento (hay ocho en el Mediterráneo) que de un día para otro arrasa tus tierras, un sentir incómodo, un día de tormenta —y por lo tanto lo más inteligente es guarecerte, esperar a que amaine el chaparrón: pírate de aquí, tristeza. No eres bienvenida en esta casa. Me equivoqué .
Lo aprendí esta semana, escuchando a Laura, siempre (no siempre, pero sí muchas veces) me cuenta qué tal ha ido su sesión de terapia con Ester. Llegaron juntas a un territorio fascinante: así como el miedo tiene una función en nuestra vida —alertarnos del peligro, el miedo está ahí para protegerte— la tristeza también tiene un cometido: ayudarte a integrar la pérdida. Laura continúa habitando la tristeza, sigue bajita, quizá es porque esta semana se cumple un año del milagro: entonces nos dijeron que a Tractor, en el mejor de los escenarios, le quedarían doce meses de vida. Hoy mismo hace un año y siete días, por eso cada día junto a él es un regalo. Laura ha aprendido que estar triste no es perder, sino entender. Su tristeza abona el camino de lo que será: “La tristeza ha de tener su espacio, porque un día él no estará, esta pena que siento es parte del viaje para integrar esa pérdida en mi vida”. Por eso lo frágil te hace fuerte. Nunca huyas de la tristeza. Sé valiente pero permítete quebrarte, abraza los días de lluvia, no te cobijes bajo el cinismo, busca una sombra fértil, quiérete también en el desánimo. Calma. Deja que las cosas duelan, apaga el piloto automático, la derrota es no sentir.
Tras mucho pensarlo (y trasladar la pregunta a esa bonita comunidad de gente sensible: ellas mandan) he decidido dejar el Chat como un servicio exclusivo para suscriptores de Claves. Ambas opciones tenían sus pros y sus contras, pero entiendo los de esta elección: que sea un lugar absolutamente seguro, sin ruido, sin ojos curiosos. Especialmente con hilos como Experiencias con el psicoanálisis o Bloqueada tras un shock. Que también sea más fácil crear relaciones cruzadas. Personas hablando con personas. Sea. Allí nos vemos.
Placer máximo desperezarme con tus cartas. Feliz fin de semana.🤗
Tractor, esque el amor consigue grandes cosas y él no puede tener más.... Comprendo tanto vuestro sentimiento, tanto tanto.... Cada día es un regalo y cada día yo pienso que, jolín, qué suerte haberme topado con estas almitas tan limpias que me quieren bien y que me enseñan a querer bien.... Yo sé que hay quien pensará que estoy tonta/loca pero qué quieres que te diga, me da igual, yo sé bien de lo que hablo ... Besos a toda la familia y un fuerte y gran abrazo para Laura