Nadie esperaba este octubre vestido de derrota pero quién sabe nada, es que el otoño siempre fue mi estación favorita y eso, maldita sea, no lo va a cambiar una pandemia mundial sin fecha de exilio en el mañana. Todo es siempre un ‘vamos viendo’ pero nunca imaginamos este carpe diem tan gris y tan arisco, qué caros están los abrazos.
Octubre venía a poner fin al vértigo de septiembre, cómo cansa vivir pero el otoño siempre llega puntual, templado y cabal, al son de las hortensias y la manta sobre el sofá; la estación de los cursis (yo lo soy) y de los que viven, quizá, demasiado pegados a la melancolía. Culpable. Dicen que es el mes de la tristeza y la soledad, pero es que yo he aprendido a no darle esquinazo al llanto.
El sol pudrirá las hojas de grana y buscaremos el cobijo de eso que llamamos casa tras un verano extrañísimo pero y qué, si pienso como Joan Margarit: “reconozco el lugar, lo he buscado siempre / el último refugio, el de la soledad”. Es momento de rearmarse y dibujar líneas sin tiza sobre el calendario; y se hacen pequeñas las ganas de nada y florecerán los propósitos porque este camino se hace andando, no hay más. Quehaceres y planes guardo unos cuantos pero un aliento asoma el hocico poderosamente: cada día tengo menos ganas de hablar por teléfono. Y ahora vengo con los porqués.
Obviamente hay que empezar por dejar de lado dos grandes grupos en esta cruzada frente a la llamada: las personas que quieres y las estrictamente profesionales, circunscritas a un trabajo o al devenir de un proyecto en curso, en ese caso como si son cien, mil... ¿pero el resto? ¿por qué narices me llamas interrumpiendo mi quién sabe qué instante para contarme algo que a saber si me importa? ¿en qué momento mi tiempo es cobre?
“Es que no lo entiendo, que una persona unilateralmente decida atropellar tu momento de espacio personal para decirte algo...”, es Patri Moreno hablando con Laura precisamente en torno a este tema que tanto escuece a la vieja escuela, con sus 'las cosas como Dios manda' y su olor a pachuli, pero tengo la sensación de que una generación en ciernes observa la llamada de teléfono como yo puedo hacerlo con una Olivetti de Ettore Sottsass o la lumbre bajo la mesa, como una cosa del pasado. Y cómo los entiendo —porque es que es mi tiempo, y es mío. Y soy yo quien elige cuándo. Y con quién.
Shirley MacLaine
Como en tantos textos, tienes una forma espectacular de describir lo que muchos pensamos, vivimos y sentimos...¡bonito leerte!
Otro texto inmejorable, ni yo misma escribo mejor que tú lo que pienso! Gracias