“Viuda desde hace casi tres años, 49 años y no sé por dónde empezar, solo sé que quiero vivir”. Me rompe la pregunta, no sé por qué, mentira: claro que lo sé. Es la edad que casi tenía mi mamá cuando murió Diego, mi padre. Desde hace no tanto he entendido que en aquel momento se me vino la vida encima, se apagaron las luces, ya nunca nada volvió a ser lo mismo, qué egoísta he sido siempre: ¿Y ella? Dolores (mi mamá) tenía cuarenta y ocho años, la edad exacta que cumplí hace tan solo un par de semanas. Vivía lejísimos de su casa, de su familia en el sur, una venta pegadita al campo, como en la canción de Zahara: “Soy de un pueblo pequeño, soy del pan de ayer”. De un día para otro se encontró sola aquí, con dos hijos adolescentes, por aquel entones limpiaba casas, alguna oficina, trabajaba muchísimo. Tenía mi edad. ¿Cómo se debió sentir?
Leo la pregunta de nuevo tras revisar el Consultorio sin miedo, habrá diez por contestar, es viernes por la mañana, Tractor se pasea entre los narcisos, no sé mucho más de quién la escribe, solo su nombre: Elena. He pensado que quizá es buena idea contestarte con una carta. Ojalá te sirva, Elena. Vivíamos en un piso de las afueras, en la Ciudad Fallera, casi lindando con los campos de Burjassot, por aquellos caminos por donde yo paseaba con mi padre, en un alquiler de dieciséis mil pesetas. Con los ahorros pudo comprar la vivienda, tres millones, recuerdo la visita al notario, los cheques arrugados en su bolso, todo era tristura, cada paso un guijarro. Más tarde hizo alguna obra en casa, cambió el suelo, separó dos habitaciones, siguió trabajando —ella diría “como una mula”. ¿Cómo se debió sentir? ¿Por dónde empezó? Mi mamá mira el mundo bonito, tiene miedo pero sigue andando, suele plantar una risa al infortunio, casi todo se le hace grande, le cuesta decir te quiero, quizá porque creció sin madre. Supongo que vuestra vida es completamente diferente, también creo que algo os conecta: ella quería vivir.
Entonces limpiaba en un banco, el Urquijo de la calle Pintor Sorolla, empezó a viajar con sus compañeras, “la Llanos” y Rosita. Viajaban muchísimo, desde el norte hasta el sur, los centollos en O Grove, las calles empedradas de Toledo, los patios cubiertos de gitanillas en Córdoba. En algún momento empezaron a salir los viernes por la noche, “a bailar”, yo las recogía a las tres de la mañana, recuerdo ponerme el despertador a las tres menos cuarto. Las recogía en el coche de mi padre, un Renault 9 blanco, muchas veces no arrancaba, atravesaba la ciudad un poco a disgusto pero se me pasaba todo cuando subían al coche, el corazón en llamas, la vida a trompicones. Eligieron vivir. Pasan los años, cada vez está más pequeñita, cada día más frágil —pero sigue sonriendo desde sus ojos, tan cubiertos de arrugas, tan pequeños y sin embargo tan suyos. Creo que es feliz, mira cada amanecer con ilusión, creo que siente el mundo como tú, Elena. La vida os lo ha puesto difícil, sé que no es justo, pero el emblema de vuestro escudo es indestructible: “Solo sé que quiero vivir”. Nadie os dijo cómo hacerlo, pero lo estáis haciendo. Ya habéis ganado.
Os espero en Málaga: el próximo jueves 6 de marzo estáis todas y todos invitados a la presentación de Vivir sin miedo en el marco del Festival de Málaga. Será en el Auditorio del Museo Carmen Thyssen, a las 19h, una charla tranquila con Cristina Consuegra, será bonito vernos. Amo muchísimo esta ciudad llena de luz.
En cuanto al próximo Encuentro físico de Claves, será en Barcelona, una cosa íntima, mañana lanzaré las reservas de plaza.
Yo le mando a Elena un gran abrazo y la consigna de buscar tribu. Yo quedé viuda a los 37, con el crío de seis meses,sin familia ni trabajo ( por suerte pensión). Pero lo peor fue estar sola: apenas un par de personas pensaron en mi y eso fue lo que costó. No pude trabajar hasta que el niño tenía 5 y siempre parcial y penalizada por Hacienda...en fin, Elena ,lo que te ha pasado es una mierda, tal cuál, te mando mi abrazo, mi calor y ese consejo. Cuesta, pero se sale
Siempre me haces sonreír y llorar a la vez, como las pelis bonitas. Que necesario pensar en como se sentían nuestras madres con la edad que nosotros tenemos ahora, que diferentes sus vidas, que duras la mayoría de las veces. Tus palabras me han llevado al bonito discurso de Eduard Sola en los Goya.