Ya está aquí el otoño, bellísimo, paciente. La luz nos abandona cada tarde apenas unos minutos antes, florece el brezo, las vides esperan pacientes la vendimia. Cuando repaso estas líneas son apenas las siete y veinte de la mañana. Amanecerá en apenas un instante, el mundo se despereza en silencio. Sobre la mesa de la terraza acristalada descansan acuarelas de Laura, pinceles y brochas, un poemario de Piedad Bonnett; los gatos duermen, oigo su respiración, me calma su tempo y su belleza. Ellos tan solo son. En la calle un jardinero poda los árboles, repaso algunas notas en mi libreta.
Vuelvo a un Chengyu, un proverbio chino de apenas cuatro caracteres, que comparte Sara estos días. Habla del otoño pero también del dolor de la ausencia, caben planetas enteros en ese verso: Yí rì sān qiū, “sin ti un día dura tres otoños”. Me escribe una lectora, ya compartió en Correspondencias su sentir: “me agobia esta nueva soledad y la ilusión me abandona, ¿por dónde empiezo?” Por dónde empezar. Qué dificil. Le contesto con unos versos de Jack Kerouac a su primera mujer Edie Kerouac Parker: Forgive and forget / Practice kindness all day to everybody / and you will realize you’re already in heaven now / That’s the story. Perdona y olvida. Sé amable. Tiene razón el escritor de On the road, esa es la historia. Ese es el camino.
Recuerdo una carta de Pedro García Cuartango, hablo con él en torno a lo que estoy escribiendo estos meses, a veces se me hace cuesta arriba, está siendo una travesía más dura de lo que imaginaba. Me transmite ánimos. En su carta, titulada En una plaza de Madrid, una mujer de unos 40 años estrechaba las manos a un anciano de pelo blanco, que vestía un anorak gris, de más de 80 años. Le acariciaba la cabeza y le sonreía. “Y de los ojos del anciano brotaron algunas lágrimas”. No parecía su hija ni tampoco una empleada. La piedad de un desconocido. A veces no hace falta más.
No sabemos nada de las tormentas que esconde cada persona que se cruza en nuestra vida. La mayoría tan solo tratamos de sobrevivir. Pero una cosa sí te puedo asegurar, un pequeño gesto de cuidado atraviesa corazas, cruza el tiempo, abre zanjas sobre la tristeza porque es agua clara, hace la vida mejor. Un pequeño gesto cambia el mundo.
Mucha gente pequeña, en lugares pequeños, haciendo cosas pequeñas, puede cambiar el mundo. Gracias Jesús, me has traído esta frase a la cabeza con los pequeños gestos. Feliz fin de semana.
Buenos días! Tu carta sabe a otoño... dulce, tranquila con algo de melancolía. Es preciosa 💖
Fuerza en tu proceso! Nosotros aquí estamos, acompañandote, que dulce es la espera 😀